13 jul 2010

¡VAYA CUADRA¡



Juan Picatostes tomó su cámara fotográfica de última tecnología y salió de su departamento, llamado “Disciplina Urbanística”, en el Excmo. Ayuntamiento de Villaroja, acompañado por el Cabo de la Policía Local, con número de placa O-092, a inspeccionar una nueva obra que alguien había realizado careciendo de la correspondiente licencia municipal. Llevaba ya tres años trabajando en dicha área en calidad de arquitecto técnico y aunque no estuviese bien visto por sus conciudadanos le gustaba mucho su trabajo. El lugar al que se dirigía estaba bastante escondido a la vista, y de no ser por la denuncia de un vecino, probablemente dicha construcción habría pasado desapercibida para los inspectores de obras. Juan se tomaba su trabajo con toda la seriedad que el tema merecía, ya que en los últimos años se había producido un ¡boom¡ en el término municipal, el cual tenía una campiña bastante grande, y una fiebre loca se había apoderado de la mayoría de sus vecinos puesto que había obras por todas partes, ya fuera en el monte público como en propiedades privadas, paraje natural protegido o no, lo cierto era que a todo el mundo le había dado por hacer obras ilegales. Tuvo la sospecha desde el primer momento que vio al denunciante entrar por la puerta de su departamento, de que seguramente a él “lo habrían pescao” haciendo obras en las mismas circunstancias que las que había venido a denunciar el día anterior, y por eso, con total seguridad el buen hombre, no había querido dejar que su vecino fuese la excepción a la oleada de multas y órdenes de demolición que procedían de su departamento desde hacía tan solo unos años. Juan sabía que le habían puesto un mote en el pueblo, “disciplinator” lo llamaban, y aunque a él no le gustaba mucho que se burlasen de su trabajo, el cual creía que ejercía con total rectitud, podía llegar a comprender que cada vez que iba a hacer sus inspecciones por el campo, hubiera vigilantes en las zonas que se encargaban de avisar a los peones y albañiles que en ese momento se encontraran trabajando en alguna obra sin el oportuno permiso, al grito de “¡¡QUE VIENE DISCIPLINATOR¡¡¡, con lo cual todo el mundo había desaparecido cuando el llegaba al lugar donde se estaba cometiendo la infracción, por lo que se las veía negra para poder pescar al auténtico promotor de las obras ya que se había producido una estampida donde todo el mundo había salido a correr a esconderse para que no le vieran. Aún recordaba con rabia como había ido a inspeccionar, junto con la patrulla policial que tenía designada su área, un viernes por la mañana una obra, la cual se encontraba echando la losa de hormigón sobre el terreno, para al volver a ir el lunes de la semana siguiente y ver, con horror y estupefacción, como habían construido una casa de ladrillo, con ventanas y puertas incluidas, en tres días, sin que a él le hubiera dado tiempo a iniciar y notificar un expediente.

Por fin llegaron al lugar que le habían indicado. El cabo de la Policía Local que iba con Juan le hizo un gesto con la cabeza en señal de desconsuelo al ver que habían instalado una casa prefabricada de madera en pleno parque natural, y junto a esta habían construido una piscina y un jacuzzi. ¡UNA MÁS¡¡.

Miró alrededor y vio a un hombre que no tendría más de treinta años que se acercaba a ellos con gesto desafiante. ¡Empezamos bien¡, pensó Juan para sí sin poder evitar observar que a pesar de que el hombre, (quien con toda seguridad sería el propietario de aquella barbarie dentro de una zona protegida), iba vestido como un labriego, tenía toda la pinta de dedicarse a otra cosa, ya fuera por su corte de pelo a la última, sus uñas delicadamente cuidadas, su rolej, y por supuesto su cutis nada afectado por las inclemencias de un trabajo duro como el que aparentaba tener.

-Buenos días.—dijo Juan intentando ser todo lo amable que su desagradecido trabajo merecía.
-Buenos días—saludó el hombre bruscamente con cara de pocos amigos, haciendo que los otros dos hombres intuyeran problemas con él.
-¿Es usted el propietario de estas obras?—le preguntó el Cabo de la Policía Local mientras el otro Agente que iba con ellos en el coche policial, un todo terreno destinado a sus “incursiones” por la campiña, realizaba un reportaje fotográfico de lo que se había construido en la zona.
-Sí, soy el dueño del terreno también.
-Le importa que le hagamos algunas preguntas…--le dije intentando ser amable--, es una inspección rutinaria como sabrá.
-No, no me importa, pregunten lo que crean conveniente y váyanse de una vez. Están molestando.

A medida que pasaban los minutos el hombre se iba poniendo más molesto, y Juan pensó que estaría enfadado de que le hubiesen pillado sin haber podido terminar las obras ya que la piscina aún estaba sin enlosar.

Después de que el agente hubiera realizado el oportuno reportaje fotográfico para agregarlo al expediente que se iniciaría en el Departamento de Juan; éste hubiera tomado nota de las medidas aproximadas tanto de la casa, que no mediría más de 40 m2 aprox., y de la piscina 6 x 8 m. por 2 de altura, más el pequeño yacuzzi que no era muy grande; y el cabo le hubiese requerido la identificación al hombre, que había resultado llamarse Don Luís Enrique de Coslada, junto con su domicilio a efectos de notificaciones, habían pasado más de 45 minutos, y el presunto infractor estaba cada vez más irritado.

-Bien, --le dijo Juan a Luís—entonces tenemos una edificación nueva, posiblemente destinada a vivienda, de 40 m2 aprox., de madera…
-No es una vivienda.—interrumpió precipitadamente el aludido echándose su largo flequillo hacia un lado.
-¿Ah, no?—le preguntó escéptico el Cabo de la Policía Local.
-No, no lo es.
-Y entonces… ¿Qué es?—preguntó Juan con sorna sin poder evitarlo.
-Es una cuadra…--dijo Luís con suficiencia.
-¡Eso es una cuadra?—exclamó interrogante el agente que iba con ellos y que hasta el momento no había pronunciado palabra.—Sí, por supuesto, ¿y las cortinas que vemos desde aquí, para quién son?
-Son para mi semental, se llama Ulises, me gusta tenerlo en las mejores condiciones para que de lo máximo cuando tenga que competir.—Luís sonrió por primera vez al decir esto desde que ellos habían llegado –vengan por favor, les enseñaré…
-Un momento que aún no he terminado, --lo cortó Juan en seco--, entonces usted dice que esto no es una vivienda sino una cuadra, ¿correcto?
-Si, --dijo el hombre apretando los dientes por haberse visto obligado a parar en su intento de hacer que entraran en su “cuadra”.
-De acuerdo, anotaré aquí que usted dice que esto es una cuadra,--Juan sabía que algo le preocupaba al hombre y estaba intentando averiguar que era lo que podía ser--, y si esto no es una vivienda supongo que esto otro tampoco es una piscina.—Al decir esto último señaló con el dedo en la dirección de la misma.
-Exactamente,--respondió Luís--, eso no es una piscina si no un aprovisionamiento de aguas para que en caso de incendios llegue el helicóptero y coja agua de allí para echarla sobre el fuego.

Si Juan y los agentes hubiesen tenido una silla en ese momento la hubiesen necesitado. ¡Que imaginación la de aquel tipo, y poca vergüenza también¡ ¿Por qué no se limitaba a confirmar lo que todos podían ver claramente? Pensó que al menos aquel día estaban teniendo una mañana entretenida, y por la forma de hablar de Luís, Juan supo que la ropa que llevaba no era más que un simple disfraz para apoyar su teoría de la cuadra. En aquellos momentos lo que se preguntaba era cuando aparecería en escena el semental.

-Esto está resultando de lo mas cómico,--le dijo Juan al Cabo que asintió con la cabeza mientras se dirigía al vehículo policial a coger una botella de agua.
-¿Quieren ver ya la cuadra?—insistió Luís molesto.
-No, aún no,--le dijo Juan solo para pincharlo un poco,--quisiera saber ahora que es aquello,--le preguntó mientras señalaba el yacuzzi--, porque supongo que tampoco es lo que creo.

El hombre estaba que echaba chispas por los ojos al ver que había pasado más de una hora desde que estaban allí y que no había manera de que se fueran.

-No sé qué es lo que usted cree que es, pero eso es una alberca.
-¿Una alberca?—preguntó Juan con escepticismo.
-Exactamente, es para que los animales beban agua, y ahora por favor vengan y les demostraré que esto es una cuadra. –dijo Luís señalando la casa.
-De acuerdo, usted primero. –fue la breve respuesta de Juan que pensaba que jamás había conocido a alguien que le echara tanto morro a la cosa.

Luís iba delante, seguido de Juan y el otro agente de la policía local que no dejaba de echar miradas indignadas a su anfitrión por las mentiras que les había echado, como si pensara que ellos realmente fueran tan idiotas como para creerse sus fantasías.

Al entrar en la casa Juan vio como la expresión de Luís cambiaba drásticamente. El hombre había perdido el color y estaba blanco como la tiza. No sabía que pudo originar el cambio en Luís pero tenía que ser algo impactante. Estaba un poco preocupado al pensar que al pobre hombre podría estar dándole un infartó por lo que no apartó la vista de él en ningún momento hasta que oyó las estrepitosas carcajadas del agente que le había acompañado dentro de la supuesta cuadra.

-¡Qué es esto¡¡--exclamó el Cabo al entrar en la edificación y ver a Luís sin habla, a su agente llorando de la risa y a Juan sin saber que hacer.—Vaya, vaya…--fue lo único que pudo decir el hombre antes de ahogarse en una carcajada.
-Como pueden comprobar, --les espetó el dueño de la obra--, esto sí es una cuadra.
-¡Ya lo creo¡¡--dijeron ambos policías con guasa.

En ese momento Juan se dedicó a mirar el interior de la edificación de madera, a la cual aún no había prestado mucha atención, y casi se ahoga de la risa él también ante semejante cuadro, o mejor dicho cuadra. Ahí estaban los caballos que había esperado ver, sin embargo no eran los sementales que Luís les había hecho creer sino unos viejos caballos bayos, que estaban comiéndose un sofá de diseño de color blanco y habían hecho sus necesidades por todo el lugar, incluso uno de ellos estaba pasando la lengua por una televisión de plasma que había colgada de una de las paredes. ¡Con razón Luís había estado tan tenso y molesto todo el rato¡¡. Con total seguridad el hombre había pensado que no tardarían más de unos minutos en marcharse en cuanto les hubiese enseñado la casa, ahora convertida en cuadra, sin embargo ellos se demoraron más de una hora en su inspección y al hombre se lo llevaron los demonios pensando en el destrozo que los tres caballos estarían haciendo en su casa.

Juan le dio un golpecito en el hombro a Luís como señal de consuelo al ver que el pobre hombre no le encontraba la gracia a la situación para después decirle.

-Lo siento mucho Luís, --intentó aguantar la risa--, nada más por el esfuerzo que ha hecho debería usted tener razón, pero no puedo justificar para que necesita una cocina y una aseo tan minimalista y de última tendencia en una cuadra,--ahogó una risotada--.

Dicho esto, ambos agentes salieron de allí acompañados de Juan y se dirigieron al Ayuntamiento para redactar su informe. Incluso habían hecho un reportaje fotográfico de lo que habían visto dentro de la casa-cuadra para enseñárselo a sus compañeros, cada vez que se acordaban de Luís estallaban en risotadas por lo que el muy tunante había intentado hacerles creer y no dejaban de contarle a todo el que quisiera oír la historia de la cuadra.

3 jul 2010

CARTA DE AMOR DE DON RODRIGO

Estimada Señora:


Mi adorada e inalcanzable dama, me he tomado el atrevimiento de escribiros estas líneas, muestra de mi arrebatado corazón, para suplicaros por última vez que por favor cambiéis de parecer en cuanto a la terrible opinión que os habéis forjado de mi persona.

No diré que no es cierto que, cual caballero de armas, más aún, hombre de inquebrantable honor el cual me considero, he derramado la sangre de mis semejantes en el clamor de la batalla, o por causa justa en buena lid, del mismo modo que tampoco niego el haber sesgado la vida de muchos de éstos con mi acero. Del mismo modo que tampoco niego que mi ardiente sensualidad ha sido saciada con cuanta mujer, ya fuese Señora o no, se ha cruzado en mi camino dispuesta a concederme tales favores sin exigir nada cambio. Siempre por voluntad propia.

Sin embargo, y a pesar de todas esas acciones, imperdonables a vuestros ojos y que esgrimís como arma arrojadiza contra mis sentimientos, considero que no han sido sino pruebas que Dios ha querido poner en mi destino, con el único fin de que cuando mi mirada se cruzara con la vuestra, pudiese vislumbrar lo equivocado de mis actos en busca de la felicidad.

No fueron sino vuestros bellos ojos; del color del cielo en primavera, rodeados de una espesura oscura y brillante como la media noche, llenos de inocencia y a la vez inteligentes, los que pudieron derribar de lo más alto a este ser que se creía invencible. Fue más fuerte vuestra mirada de reproche que cualquier golpe recibido en la batalla. Y vuestra voz, mi Emilia, vuestra voz de un tono tan irreal y melodioso, que hasta los propios ángeles se avergüenzan de entonar sus cánticos cuando os oyen hablar con tal armonía; esa voz que me atormenta, que me persigue de noche y día como si se tratara de mi conciencia.

Si vos, Señora mía, en vuestra infinita bondad, pudierais ver solo al hombre que se postra de rodillas ante vuestros pies, implorando tan solo unas migajas de ese ansiado amor, y pudieseis olvidar al hombre que he sido antes de conoceros…

¡Ah, mi dulce dama¡. Quien pudiera estar cerca de esas delicadas y níveas manos, tan cerca como para poder susurraros palabras de amor al oído, y entre risas tener la dicha de poder robaros un casto beso sin que os sintierais ofendida por ello.
¿Acaso no vais a tener piedad de este desdichado caballero que os suplica una prenda en señal de amor?

Si me lo pidierais sería capaz de viajar hasta el fin del mundo y regresaría a vuestro lado cual fiel vasallo; mataría mil y una bestias feroces para que después pudieseis curarme las heridas; incluso renunciaría a lo que he sido hasta ahora, y todo por una palabra vuestra que aliente este ajado corazón.

Tan solo con una palabra vuestra, o simplemente una prenda que me indique que correspondéis mis sentimientos, podré decir que he muerto para ir al cielo. Porque os amo Emilia, os amo con el alma, con el cuerpo y con lo que no se puede describir con palabras. Os amo como el pez al amar, como la hierva a la tierra y los pájaros al cielo, os amo con una intensidad que ni yo mismo me creo capaz de soportar la fuerza de tanto anhelo por vos.

Os amo Señora mía, mi Dama.


En espera de vuestra pronta respuesta, se despide,


Vuestro fiel servidor,

Vuestro humilde caballero.





Don Rodrigo de Isis